No quiero ya buscarme
porque al hacerlo me encuentro,
siempre, vestida de ti.
¿De dónde ha de ser
sino del cielo, el tremolar
tímido de la estrella?
Siempre, después de que calla
el tiempo consumido de los días
en el regazo de cualquier noche,
y se hacen cadenas los murmullos
de los años, mis muslos
siguen respondiendo a tus labios,
al silencio de tu manos
amándome por detrás de las sombras,
al cansancio de tus ojos
detenido entre las cenizas de mis versos.
No quiero ya buscarme
porque al hacerlo me encuentro,
siempre, vestida de ti.
¿De dónde ha de ser
sino del cielo, el tremolar
tímido de la estrella?
Me he empapado de tus acentos diarios,
de tu cotidianidad de hombre,
de tu intransigencia dulce,
de tu mar embravecido de silencio y ausencia,
y hoy, justo hoy que la nieve sepulta
lo que no eres, lo que no soy,
y el nunca nace sin miedos ni dolores,
sé que puedo irme, vestida de ti,
sin que notes siquiera que algo te falta.
No quiero ya buscarme
porque al hacerlo me encuentro,
siempre, vestida de ti.
Y no me duele, ni te extraño
ni te espero, ni te busco.
El amor es mucho más
que la verdad o la mentira,
donde acaso convalece el sol o la muerte,
el presentimiento o el olvido.
Y del cielo, solo del cielo es,
el tremolar tímido de la estrella,
que desaparece siempre con la luz del día.
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