Crepúsculos aterciopelados
coronan días ausentes.
Una mezcla de sensaciones
evadidas de sueños lejanos,
entristece el hoy, y empaña el mañana.
Auroras ignoradas,
se alejan sin amanecer.
Noches paridas con dolor,
agonizan en mis manos vacías.
Crueles realidades mutilan esperanzas
que no se animan a ser.
Y los días pasan, con pena y sin gloria,
dejando atrás, alegrías perdidas
en los huecos de la memoria.
Lo efímero se hace eterno,
en esta soledad en compañía,
que me desgarra y me fragmenta,
sin dejar cicatrices visibles.
Una sucesión de minutos
amontona horas, días, meses,
que se convierten en años
y se acumulan sobre mi rostro,
surcado por las líneas del dolor.
La experiencia se almacena
en las manecillas del reloj,
que convertidas en filosas espadas,
matan mi espíritu, mientras mi cuerpo,
sigue con vida, sin saber por qué...
Pero los crepúsculos aterciopelados
que aguardan auroras amanecidas,
siguen penetrando en mis ojos...
Y a pesar de las lágrimas:
¡No puedo dejar de admirar tanta belleza!
Entonces me pregunto:
¿Qué misterio hay en el alma,
que aún estremecida de dolor,
puede apreciar la hermosura de un atardecer?
¿Qué extraña sensación de esperanza,
escondida en lo profundo de mi ser,
alienta mi corazón, y me incita
a confiar en una nueva aurora?
¿Por qué ansío atrapar esa débil luz
de un mañana incierto?
Será tal vez porque es lo único que existe,
para que a pesar de las lágrimas,
aún ame la vida...
Marga MangioneVOTÁ Y COMENTÁ LA OBRA