A mi madre,
la persona que más ha creido en mí,
en las últimas horas de su vida.
Hoy lloran las piedras,
las venas de la piedra,
el corazón del aire ha dejado de latir.
Yo era musgo enhebrado a la vida,
carrusel de sueños atado al tiempo,
ecuación resuelta en tu destino.
Tú, la fuente inagotable,
el alfa sin omega, cometa infinito
envuelto en un universo de ternura.
Hoy se apaga la luz,
crece la noche,
carnaval de sombras que me invade.
Se anudan al bosque las tinieblas,
grita el cristal de la tristeza,
el otoño arranca de cuajo el almanaque.
Todo comenzó en ti,
semilla fertil de infinito.
Comenzó en ti
y no parará hasta mi muerte.
Todo. Lo que que hay
y también lo que no hay,
lo que fui, lo que soy, lo que seré,
tal vez también lo que no seré.
Todo comenzó en ti.
Recuerdo haber llorado
cuando nací,
como hoy lloro cuando te mueres.
Espérame allá donde tú vayas
aunque sólo sea el reino de la nada
y nos reiremos juntos
sabiendo que todo se ha acabado.
Mientras tanto,
mantendré el rumbo,
hablaré con la rosa de la vientos,
llenaré de voluntad mi existencia
y soñaré con una primavera
como aquella en que tus brazos
me acunaban entre vuelos de gaviota.
Fuiste el sol que iluminó el horizonte
y ahora te apagas lentamente,
como una vela consumida por los años.
Y yo no puedo hacer nada más
que sentir tu partida,
en este cruel y largo atardecer
donde solamente late la tristeza.
Adiós, mamá.
Chapeau por ti
y por todo lo que me has dado.
Noviembre 2010
©Fernando Luis Pérez Poza
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