DESCENDIENDO AL INFIERNO



Una rata cruza de lado a lado mi pensamiento

La mirada seca de la depresión es de sufrimiento

Estoy recluido por la impotencia en el vacío

Solo deseo llorar y dormir. Dormir y llorar por siempre

No sé si marcharme sin hacer ruido. Sin explicaciones

Observo la vida y no veo más que el asqueroso cuerpo

De una vieja obesa y desdentada oliendo a cebolla

Ella intenta reanimarme, besándome boca a boca

Me acaricia los genitales, mientras trasboco sobre ella

¡Me importa un bledo o sexo fresco!

Creo que vale la pena dejar mi vida sin final, sin epilogo

Todas podrían inventar los colores violentos de la tormenta

Sin recurrir a las mentiras necesarias, que maquillan los versos

El dolor se coaguló, en las venas de mis sueños

No se si valga la pena volver a vivir el amor o imaginarlo

como los condenados a cadena perpetua

se ven como peces, aves, o ciervos ¡volando!

Los ojos no mienten. Sé que nos amamos. Sé que nos odiamos

La jaqueca no es más que un muro de hormigón entre nosotros

La poesía comprometida, no es más que la imagen real

danzando desnuda sobre un espejo de sentimientos

¡Sobrevivir en medio de tanta miseria es todo un arte!

¡Todo con ella me aburre! ¡Me irrita ¡ ¡Me pone nervioso!

Sé cree niña y bella, como si el tiempo se hubiese olvidado de ella

¡El tedio se convierte en una dulce costumbre

mientras el destino me aleja de la locura y la magia

de ese amor alucinante y trágico como todo lo bello

¡Con ella pudimos vivir el cielo y el infierno!

¡las cumbres y los abismos! ¡Ella simplemente desapareció!

Sin recuerdos... sin cicatrices ¡Sencillamente se esfumó ¡


HECTOR CEDIEL “EL PERRO VAGABUNDO “

hcediel@yahoo.com

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4 comentarios:

  1. Me gusto y mucho..

    saludos

    que tengas un hermoso fin de semana
    un abrazo

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  2. Si claro que puedes publicar mi poema, con el enlace..

    saludos
    un abrazo
    besos

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  3. Andrea y yo te damos un premio pasa te cuando puedas.

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  4. darse loco y ciego a la pasión, sin preguntas, sin miedo, darse ciego al infierno y al cielo de no calcular la bondad ni lo sano de nuestros actos

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