DESPUÉS VINO LA NOCHE
Recuerdo un día azul de ternura
cálida y sol sin herraduras,
de risas de guitarra
y alegres carcajadas.
Yo era un pájaro de corazón abierto,
el hilo de un ovillo tejiendo un albornoz
de caricias sobre tu cuerpo,
el aire dulce de un relámpago
vertiendo cascabeles sobre la almohada.
Tú eras un horizonte ardiente
palpitando en mis latidos, el grito
transparente de un domingo fértil
que se sabe al final de la semana.
Tú y yo, los dos juntos, éramos un círculo
espeso de sueños y quimeras anudados en torrente,
un loco terreplén de manos sin fronteras,
un tren descontrolado y pasado de estación.
Después vino la noche, negra
como una pluma de tinta solitaria
y caímos
sin freno
por el agujero hueco de la distancia.
Subimos a cometas diferentes
y emprendimos
astrales navegaciones sin rumbo
por galaxias inconcretas.
Nos perdimos cada uno
en esa selva sin brújula y sin mapa
que se llama soledad
y es tan densa
como el luto despiadado de un sepulcro.
Pero no había más remedio
que seguir adelante, ondeando
la bandera desahuciada de la tristeza,
fletando caravanas de sal en los ojos
para no volver la vista atrás.
Marzo 2002©Fernando Luis Pérez Poza
Pontevedra. España.
Del libro "El laberinto de hielo"
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