Ya de los toriles la puerta se abre
y pesado toro sale al redondel,
demuestran su fuerza los cuartos traseros,
la mirada fiera, cornidelantero,
de escaso morrillo y azabache piel.
Completo el tendido del coso taurino,
sediento de sangre bajo ardiente sol,
que empiece la fiesta espera impaciente
bajo la canícula de tarde caliente
la bullente plaza borracha de alcohol.
El fiel picador en negro corcel
cumplió su faena...y el banderillero
dejó cinco palos en todo lo alto
arrancando palmas a la concurrencia;
ya la presidencia ha cambiado el tercio
y el buen matador sale al redondel.
Reluce en la plaza el traje de luz,
ofrece la lidia a la más hermosa,
arroja a la arena la negra montera
y hace sobre el pecho señal de la cruz.
Cita a su enemigo...
Una chicuelina, una revolera,
un forzado de pecho y la manoletina.
Suenan los clarines, suenan los timbales
haciéndole honores.
Sobre los tendidos la gente enloquece
y cae a la arena número incontable
de claveles rojos.
Ya de la faena se acerca su fin...
Empuña en su diestra
la brillante espada fundida en acero.
Y en la mano izquierda
la roja muleta flamea con la brisa.
Con paso garboso, los nervios crispados,
la pone delante desafiando al miura,
que furiosamente se arranca con fuerza.
Entra totalmente la cruel estocada,
y el agudo cuerno rompe las entrañas
del joven torero.
La sangre enrojece la candente arena
y en medio de vítores y gritos de olé,
dobla el negro toro a esperar la muerte.
A muy poco espacio está su verdugo
brindando su alma a nuestra
Señora de la Macarena.
La afición taurina salió satisfecha
con aquella tarde repleta de sangre,
de sol, de arena y de muerte.
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