Tu luz generosa, como un pequeño sol en las tinieblas,
ilumina siluetas y formas de barcos arrogantes.
El alivio que suscitas enseguida se torna indiferencia:
te da igual desplante el velero que el transatlántico.
Tú tampoco haces distinciones;
no conoces otro lenguaje que el de entregarte a cada marinero que te observa.
Salvo la soledad, nada te guardas para ti.
Lluvia frágil que se derrama en el océano insensible,
digna farola de los mares,
¡cuánto quisiera ser tu huésped, una noche!
Porque la soledad del faro es la soledad del hombre.
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