andaba tan delgado, chocaba con las gentes
y no sabían a quién pedir disculpas,
sólo veían un diario alejando su página política,
ya era un hálito, el espejo no me reflejaba,
para salir a las calles ponía en el bolsillo
un croquis de mi persona por si me desarmaba
y una bola de hierro para que el viento no me eleve.
Me fui transformando en una espina sin rostro,
ya no era un hombre, tan sólo una película aérea,
nadie como yo soñaba una reencarnación,
vulneraba la ley de gravedad, no daba sombra,
me quedaban dos neuronas y tres glóbulos rojos cada vez más
pálidos.
Un día olvidé mis precauciones mínimas,
el viento me alzó como a un átomo sin eslabones,
royó mis ropas dejando mis costillas al aire,
volé donde quiso hasta que descubrí otros congéneres
que agitaban como yo sus calaveras por el cielo frío,
nos fuimos enganchando, poco a poco ajustamos
nuestros extraños sujetos como una gran crucifixión
enhebrando los huecos torácicos cada vez más densamente
hasta que al fin oscurecimos la atmósfera.
Ahora volamos, sí, pero al contrataque,
nuestros huesos exterminadores bombardean el mundo
hasta no dejar en pie ningún rey, ninguna miseria.
Entonces bajaremos cubiertos de carne estival
a darnos besos.
Del poemario “SANGRAL AMÉRICA” del argentino
Julio Huasi (Colección La Honda, Ediciones Casa de
las Américas, La Habana, Cuba, 1971).
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