Historia de un libro usado



Muchos caminantes pasan a tu lado,
raudos, displicentes, ninguno te ve,
tienes la tristeza, como libro usado,
de los dedos torpes que en tu gran pasado
probaron hojearte con miedo o con fe.

Y ahora simplemente pueblas la vidriera
donde ya cansados, prontos a morir,
como amarillenta flor sin primavera,
aguardando acaso que oferte cualquiera,
los textos ajados prueban subsistir.

La tarde se ha puesto de color pizarra,
las primeras gotas deciden caer,
el viento las roba con saña, con garra,
quiere secuestrarlas y en su esfuerzo marra:
miles, como perlas, vuelven a nacer.

La gente se apura, subo mi solapa,
te sigo mirando, no pienso partir,
tu papel vencido me llama, me atrapa
y, lector inquieto sin rumbo y sin mapa,
cuento los billetes, te pienso adquirir.

(Nadie en el negocio) –Señor, ¿qué desea?
-Quiero yo aquel libro, ése que está allá.
(El tipo me mira, luego dice): -Vea,
aunque está algo roto… usted no se crea
que es todo descarte lo que vendo acá…

… yo podría ofrecerle uno de estos textos
(me muestra uno nuevo, le digo que no,
que un lector ignora todos los pretextos,
que me importa un bledo los grandes contextos
y las novedades que Mongo editó).

Te compro, te pago, llévote en bolsillo,
tus hojas enclenques no quiero mojar,
camino en la lluvia, llego a mi pasillo
y es en ese instante que con el rabillo
noto que te has puesto de pronto a temblar.

Pienso que es de locos lo que estoy pensando,
te tomo en mis manos y empiezo a saber
que es cierto, no miento, te siento vibrando,
también juraría que estás respirando,
me arrojo en mi cama, siento enloquecer.


Me decido a abrirte con temor, acaso,
y con gran cuidado te intento leer
y al ir por tu líneas, lento, paso a paso.
se extasían mis ojos, casi hasta el ocaso
observando algo… no puedo creer:

de ti van surgiendo millones de historias,
me hablas de tus dueños pasados y más…
exudas perfumes de viejas memorias,
confiesas tus penas, me cuentas tus glorias,
me dices: ¿te aburro? Respondo: jamás.

Nombras al anciano que en un viejo estante
te guardó por años, que nunca te abrió,
de la bella novia que en aquel instante
-llorosos sus ojos, rictus vacilante-
una rosa seca sobre ti posó.

De un ciego que un día sin poder leerte
hacia su entrecejo te quiso llevar,
sus ojos vacios hartos de no verte
parpadearon tristes, la pupila inerte
se inundó de pena, comenzó a llorar.

Y me hablas de un hombre sin ningún talento
-quiso ser poeta, nunca pudo ser-
que buscó en tus hojas el vocablo atento,
la palabra justa, la frase, el lamento,
que en sus propios versos jamás pudo ver.

Y al pasar las horas tu voz ya se cansa,
me pregunto acaso si querrás dormir,
al cristal la luna, firme, se abalanza
y la noche acecha, la luz ya no alcanza,
pienso que mañana podremos seguir.

Te cierro y te acuno, mi pecho cansado
como cama tibia te podrá anidar,
recuerdo a esa gente pasando a tu lado,
me digo: “es el hombre, siempre equivocado,
raudo pero lento… no sabe volar”



Marcelo Galliano


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