de Marcelo Galliano
Soñar al mismo instante de nacido,
andar a paso firme, ilusionado,
caerse y levantarse sin cuidado
con la vaga intuición de haber crecido.
El golpe cruel de haberse enamorado,
la soberbia de darse por querido
-confianza ruin de no pensarse herido
junto al dolor de verse lastimado-.
Llorar a mares todo lo extraviado,
sentir que ya no vuelve lo perdido,
odiar la vida por lo que ha quitado.
Sufrir al inferirse desvalido,
también perder… y haber recomenzado.
¡Eso se llama, Dios, haber vivido!
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