Mis pasos son continuos,
silenciosos y cortos unas veces,
otras, danzan mis pies
al son del camino
que les toca recorrer.
Mis alas viajan ráudas
saltando en el vacío
hasta tocar fondo
y hundirme en el lecho
que me cobija ansioso.
Me solazo en la pradera
que miro al pasar,
las flores me sonríen,
los pajarillos revolotean, gorjean,
de mi mano calman la sed.
En mi recorrido
de viajero sin retorno,
me adentro en parajes
que me hacen suspirar,
melancolía produce su malestar.
Sigo mi camino, tortuoso,
saltando de piedra en piedra
perdiéndome entre sus huecos
sin dejar huella,
estenuado, mermado, sigo mi caminar.
Me sonríen las estrellas
cuando las miro ansioso
de recibir su luz
que ilumina mi rostro,
siguiendo atado a mi entorno.
Voy por campos
que hielan mi alma,
mis pasos crujen rompiendo lanzas,
aterido, cansado,
llego a un hermoso valle,
las barcas se mecen
en mis aguas claras.
Niña que te miras en mi espejo,
zanbúllete en mis entrañas,
quiero besar tu cuerpo,
llevar el recuerdo de tus besos
cuando absorvas mi agua.
Al fin se terminó mi viaje:
Ruge el mar de contento,
toca palmas, ríe dichoso,
abre sus brazos,
me estrecha en ellos,
formamos un todo en su océano.
Leonor Rodríguez Rodríguez
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UN poema luminoso de mar y travesía, lindo periplo sobre la añoranza hecha realidad en aguas marítimas. Un abrazo
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