No sufro el dolor del exilio,
ni púas de alambradas se clavan en mis palmas.
No me dispara traidor fusil por la espalda
ni en el Gulag desfallezco por el atroz frío.
No me atrevo a llamarme poeta
por más que llore al derramar mi insensato deseo.
No alcanzaré jamás a trovar esto que verso
ni a convertir mi pecho en una ventana abierta.
¡Qué desfachatez es la mía!
Con trazar sueños y nubes sobre lienzos blancos
me considero con tamaños nombres comparado.
¡No, no es desfachatez, es infame idolatría!
Juan Enrique soto
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